
Estoy a favor de la prohibición de las corridas de toros, aunque mi voto respete la decisión que el grupo parlamentario socialista decida por mayoría.
Este verano los espectáculos taurinos en calles y plazas han dejado un reguero de muertes y daños físicos, que se debían haber evitado. Me pongo en el lugar de familiares y amigos de quienes perdieron la vida y trato de discernir si para su consuelo servirá recurrir a “que es una fiesta antigua” “forma parte de nuestra tradición cultural”, “en mi pueblo sin toros no hay fiestas”, “los toros no sufren y son unos privilegiados porque hasta su muerte viven colmados de atenciones”, “ha sucedido por la mala suerte”, “es un accidente”.
En una sociedad en la que se reclama el derecho a la salud, la seguridad laboral, seguridad en el ocio, en las tareas domésticas, en la conducción, no importa jugarse la vida delante de un animal que embiste a la carrera con 600 kg. de peso, y dos cuernos que en tamaño son superables por muy pocos mamíferos, y a esto se le llama ARTE, CULTURA Y TRADICCIÓN.
Una tradición es una costumbre hecha de generación en generación, una costumbre conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos.
Hasta donde yo recuerdo, beber alcohol y conducir ha traspasado generaciones y ha formado parte del proceder de padres e hijos en determinados pueblos y familias.
Igualmente ha sucedido con subirse a un andamio sin medidas de seguridad. O en la conducción de un vehículo donde el cinturón de seguridad fue durante décadas un dispositivo decorativo. Tradición ha sido el ganso de Lekeitio, la cabra en la torre de la Iglesia.
Parece que el label “tradición” no es suficiente para explicar y permitir determinados actos y conductas en una sociedad que progresa, que avanza culturalmente y que extiende derechos.
Y hoy el derecho a la vida, a la salud, a la integridad física, es sin duda más fuerte y prevalente que determinadas tradiciones.
Pero esto no es todo, cuando el debate va limitando el campo de las argucias, tradiciones y populismos, queda ese principio sagrado de “en democracia no se debe prohibir” y de repente surgen demócratas radicales de incalculable valor.
Claro que una sociedad democrática debe prohibir. Y vaya si prohíbe. Porque, ¿qué es prohibir? “impedir el uso o ejecución de una cosa”.
Hay razones para impedir, para prohibir el ruido que no deja conciliar el descanso y el sueño. Hay razones para prohibir la conducción temeraria, los excesos de velocidad, la contaminación, los trabajos sin medidas de prevención, los baños en piscinas sin socorrista, porque en todas estas prohibiciones se preserva la salud y la integridad física de las personas.
Sin embargo todo esto encuentra una excepción las corridas y festejos taurinos. Y los muertos, parapléjicos y mutilados por los toros, a quien se los endosamos, al Arte, a la Cultura o a la Tradición.