Los resultados electorales del 20-N exigen al socialismo una profunda reflexión, que ayude, a volver a ser útil para la mayoría de la ciudadanía, al partido que durante más años de la etapa democrática actual, ha gobernado España.
Los 4.386.127 votos no renovados en relación a las elecciones de 2008, de los cuales dos terceras partes se han quedado en casa, evidencian la contestación a la política que hemos ejercido en la última legislatura.
España hoy no es más de derechas que ayer. En España hoy no viven menos progresistas que ayer. El resultado del PP no obedece a un trasvase de votos desde la izquierda a la derecha. Esto se ve con claridad en el gráfico de evolución del voto conservador. El PP mantiene su músculo y el PSOE perdemos parte del nuestro. Así salen las diferencias. En nuestro caso la pérdida de votos se agrava porque por dos veces seguidas, en dos elecciones diferentes, las locales, forales y en algunas comunidades las autonómicas y las generales, los apoyos conseguidos se sitúan en 6,275.314 votos y 6.903.208 votos, respectivamente.
Ante esta realidad electoral, la búsqueda de las causas que nos han llevado hasta aquí y de las herramientas para mejorar en el futuro, deben centrar nuestros análisis y conclusiones.
Y en mi opinión estos dos objetivos deben llevarnos a revisar algo más que nuestro programa electoral o nuestra capacidad para producir política teórica. En el PSOE no tenemos carencias para la elaboración de propuestas políticas. En el PSOE tenemos problemas para llevarlas a la práctica, para defenderlas hasta las últimas consecuencias y para que tengan el eco, la acogida necesaria, entre la ciudadanía a la que queremos representar.
Para que los socialistas obtengamos el apoyo ciudadano progresista, no es suficiente con caracterizar a los “Mercados” de especuladores, avariciosos, o entidades en el desgobierno, si a continuación aceptamos todas sus exigencias y las cumplimos con resignación. El socialismo no debe prestarse a la crítica sin solución y a la posterior justificación de que si no hacemos lo que nos piden iremos a peor, porque cuando así ocurre es el socialismo el que se devalúa. Claro que todos los problemas no podemos resolver. Por supuesto que la vida es dinámica, que vivimos en una sociedad plagada de contradicciones y peligros para los que siempre no tenemos solución y a veces tampoco la fuerza para practicar las soluciones. No hay varitas mágicas ni arcadias felices, pero sí debe haber la máxima coherencia entre la teoría y la práctica. Porque cuando la teoría es una y la práctica es otra se da pie al recelo, a la frustración, al rechazo, entre quienes nos apoyan, y lo que es peor, a que se extienda la percepción de que en política lo que al final prevalece es estar en vez de ser. Y es aquí cuando nace el deterioro y el desprestigio de la política como actividad y de los representantes políticos como actores.
Todos podemos equivocarnos. Yo creo que nosotros sobre todo nos hemos equivocado. Nos hemos equivocado cuando no supimos enfrentarnos a la especulación inmobiliaria. Sabíamos de su existencia pero no nos atrevimos a pincharla porque creímos poder arreglarla de otra manera y con más tiempo. Nos hemos equivocado cuando afirmamos que España tenía más fortaleza que nadie en Europa para enfrentarnos a una crisis tremenda que también nos costó mucho tiempo reconocer. Nos hemos equivocado en algunas de las medidas que hemos puesto en práctica para reducir el déficit y la deuda. Nos hemos equivocado cuando hemos escuchado y atendido poco a los sindicatos de los trabajadores y al mundo asociativo sin ánimo de lucro que vela por las necesidades sociales de la ciudadanía. Nos hemos equivocado cuando no hemos tenido coraje para defender la cultura de la solidaridad en tiempos donde la apología de la insolidaridad es más pujante. Nos hemos equivocado cuando no hemos decidido plantar cara a los “mercados” y cuando ante medidas restrictivas no hemos concitado apoyos institucionales y sociales y tampoco hemos consultado a la ciudadanía.
Y creo que nos hemos equivocado en todo esto porque estoy convencido de la buena voluntad que ha existido en el conjunto del PSOE para abordar los problemas de nuestro tiempo y sus soluciones.
Es verdad que se ha hecho desde la nobleza, la toma de muchas decisiones para evitar que algunos de los desastres que padecemos pudieran ser más desastres. Pero la intención es insuficiente para acertar y para ser bien valorada como ha quedado demostrado.
Hemos tomado decisiones que han sobrepasado y mucho los compromisos previamente pactados con nuestros representados. Pedimos el voto para hacer unas cosas y hemos terminado haciendo otras. Hemos enfadado a muchas personas por imponerles políticas sin explicación y sin su aceptación.
No hemos encontrado el equilibrio entre lo que decimos, lo que representamos y lo que hacemos. Las urgencias de la crisis internacional nos ha llevado a lugares donde no se nos ha reconocido por nuestros electores. Hemos actuado con la convicción de que así salvábamos el País, pero el País, que es su ciudadanía no nos ha seguido.
El socialismo debe ser consciente de su tamaño, de lo que representa y defiende. El socialismo ni atiende, ni representa a toda la humanidad. El socialismo democrático no tiene como función servir igual a un roto que a un descosido.
El socialismo tiene que poner orden en un mundo plagado de desigualdades y de injusticias. De poderosos sin escrúpulos, de especuladores y tramposos. El socialismo tiene que ayudar a los más débiles sobre todos los demás. El socialismo tiene que universalizar derechos y libertades. Y si el socialismo es todo esto, el socialismo debe encontrar límites entre sus objetivos y su acción. Gobernar no es un fin en si mismo, formar parte de los Parlamentos y de otras instituciones tampoco. La vocación política tampoco es explicación suficiente para estar en ella. El socialismo representa a la ciudadanía que le vota mediante un compromiso adquirido en nuestra razón de ser que se explicita en una ideología, en un programa, en un conjunto de principios y valores.
La responsabilidad, el compromiso de quienes estamos en la política es saber defender todo esto, tener el coraje de hacerlo y cuando no es posible pedir la opinión y la decisión si hiciera falta, de quienes nos han llevado con su apoyo a la política de representación y acción institucional.
Y para quien así piense claro que hay líneas rojas, límites en la política, y claro que no es lo mismo gestionar la Europa Social, que la Europa de los “Mercados”.
6.903.208 votos son muchos votos. 11. 289.335 en el 2008, obviamente fueron más, pero tenemos los que están y si los cuidamos como demuestra la realidad sociológica del País, si se nota que los cuidamos, podremos tener más para que el socialismo, la izquierda, los progresistas, seamos más fuertes.
La izquierda, siempre, y pase lo que pase, no está obligada a disponer de soluciones prácticas. Las resistencias existen y poder vencerlas puede costar años, decenios, siglos. Pero mientras tanto hay que mantener la coherencia entre lo que se siente y se piensa y lo que se hace.
En la legislatura que dejamos atrás se han hecho muchas cosas bien y también las quiero resaltar. Se ha tenido en numerosas ocasiones mucha sensibilidad social y con el contraste del tiempo y de la política económica de ajuste más duro y de recortes con vocación de irreversibilidad que el nuevo gobierno conservador aplicará, se verá con mucha más claridad de lo que ha sido posible hasta hoy.
Conviene recordar los 13.000 millones de euros que el Estado destinó a inversiones y servicios en Ayuntamientos durante dos años para mover la economía local y especialmente el empleo. Los 400 euros de rebaja del IRPF que también temporalmente se destinaron a la mejora del consumo y a la recuperación del poder adquisitivo. Los 400 euros de la nueva prestación para desempleados que hubieran agotado las prestaciones contributivas. La multiplicación de los millones de inversión en investigación y becas. La inyección económica a la sanidad y a la ley de autonomía personal, etc. Todas estas medidas y muchas más forman parte de un patrimonio de la sociedad, impulsado por los socialistas, que muestran sensibilidad y acierto social por el interés público y por su contribución al bienestar.
Para este nuevo tiempo del Gobierno de la derecha los socialistas no partimos de cero. Los malos resultados no hipotecan nuestra capacidad de rectificar para defender mejor a esa ciudadanía que nos ha votado y a la que no nos ha votado en esta ocasión, porque en realidad, más allá de su enfado y su abstención, solo nos sigue teniendo a nosotros como alternativa para defenderles.
El problema del socialismo no está en los resultados electorales, está en la política, en el contenido de la política que practicamos. Los resultados electorales son la consecuencia. El socialismo no se mide por los millones de votos que obtiene, se mide por la utilidad que dispensa al votante.
Los 4.386.127 ciudadanos y ciudadanas que no nos han votado, no se han puesto de acuerdo previamente, entre ellos no se conocen, han coincidido en el cambio de voto o en la abstención porque lo que sí conocen y evalúan es nuestra política.
El socialismo sin prisa pero sin pausa tiene que resolver tres cosas. Una, un compromiso muy riguroso y fiable con los electores sobre los contenidos políticos y los límites de los contenidos que estamos dispuestos a defender y a practicar. Dos, un sistema ágil, eficaz de comunicación con la ciudadanía. Tres, un sistema de participación ciudadana en las decisiones políticas que les afectan. Se trata de explicitar contenidos políticos y reglas de actuación y de dar a todo ello naturaleza y fuerza incluso jurídica para que quien se compromete esté obligado por el compromiso y no pueda ignorarlo o cambiarlo unilateralmente.
El socialismo tiene que resolver como colectivo y para lograrlo tiene que acotar el papel de los liderazgos, sus límites, estén en la responsabilidad política que estén.
El socialismo tiene que hacer sentir a sus apoyos, a la sociedad, que la relación con ellos es de total confianza. Que con ellos se cuenta para alcanzar las responsabilidades institucionales, que a ellos se rendirá cuentas, y que con ellos se contará, cuando las circunstancias exijan cambios o alteraciones en los compromisos adquiridos.
La ciudadanía debe condicionar la política. La política no debe condicionar a la ciudadanía.